domingo, 22 de julio de 2007

Nos engañan

Manuel Lillo


Una vez más el debate sobre el estado de la nación ha tenido un eco importante en la sociedad y en la “cultura política” ciudadana. Todos comentan las discrepancias entre los líderes, de quien fue la culpa, qué habría hecho el otro o de qué manera se está haciendo. Pero existe una pequeña diferencia entre este debate y los anteriores, una distinción que me preocupa y me entristece. Resulta que este debate tan solo se ha dedicado a un apartado de la actualidad, el retorno de ETA. Retorno preocupante, aterrorizador, un fin de tregua que no nos ha pillado por sorpresa pero que no queríamos oír. Las amenazas terroristas, abundantes sobre todo en estas fechas veraniegas nos crean cierto pánico después de lo vivido anteriormente en Santa Pola, Torrevieja, Alicante o Benidorm.

Pero lo malo de todo esto es que nuestros representantes no se dedican a preocuparse sobre cuantos murieron, cuantos pueden morir, qué hacer para evitarlo o alguna solución digna para poner fin a la situación. Nuestros representantes elegidos por el pueblo se dedican a pasarse la pelota y a dedicarse insultos, discrepan sobre las medidas tomadas y tratan de echarse la culpa mutuamente aprovechándose de una violenta situación para recaptar votos. Es alarmante el nivel de política que se está alcanzando en el Estado Español. Llaman civilizada a una democracia basada en aprovecharse de familias desfavorecidas por un triste atentado para llegar a lo más alto. Llaman democracia a los insultos dedicados de unos a otros en el Parlamento. Llaman democracia a una oligarquía basada en la alternancia de dos partidos mayoritarios que controlan exclusivamente el monopolio del gobierno español y generalmente de Europa. Y lo peor no es esto. Lo peor es que aun les damos la razón, y no solo nosotros, también las víctimas. Estamos más de acuerdo con uno que con otro. No nos damos cuenta de que se quieren reír de nosotros y lo están consiguiendo. Y cuando pasa un tiempo volvemos a votarlos para que sigan ahí.

No nos queremos dar cuenta de que ETA se acabará cuando ella lo decida, de que es una organización con cierto apoyo social, por suerte cada vez menor pero que al fin y al cabo está sustentada por un número importante de personas y por eso persiste. Decir que se va a acabar de una manera o de otra es estúpido, la experiencia lo demuestra y no nos enteramos. Mientras tanto, tras un atentado seguirán sacando partido para crear voto y así seguiremos.

Por si fuera poco, lo más grave es que ETA no es lo único que existe en España. Pese a ser centro de disputa, de portadas de diarios y de tertulias radiotelevisivas ocurren otras cosas. Por ejemplo, PP y PSOE nos han prometido enésimas veces la accesibilidad de los jóvenes a una vivienda digna. Esta cuestión es centro de campaña electoral siempre y aún no se ha visto ningún cambio. Salimos en editoriales y artículos de conocidos diarios extranjeros por la cuestión de la extrema construcción en la costa y para frenar esta barbarie tampoco nadie dice nada. La última encuesta dice que somos campeones del mundo en consumo de cocaína, muchos nos reímos (incluso yo) pero es algo que empieza a ser serio. Los contratos basura, el paro, la delincuencia, la violencia sexista, la violencia juvenil, la repatriación de inmigrantes. Problemas continuos que no se nombran, que los tenemos pero que quieren hacernos creer que no los tenemos y lo consiguen, pensamos que nuestros únicos problemas son el caso malaya y que De Juana salga o entre en la cárcel. Es así como nos engañan.

¡Sigue Callando Valencia!

Rosa Horri


Ha pasado ya un año de aquel "fatídico accidente" ocurrido en Valencia, más concretamente el tres de julio del 2006. Aquel día tuvo lugar en una de las líneas de Metro más concurridas y de mayor importancia de la ciudad, un incidente, uno de los metros descarriló sobre la una del mediodía. La primera causa del aquel trágico accidente fue que el convoy circulaba a 80 kilómetros por hora, el doble de lo establecido en una curva.

Numerosas fueron las excusas que surgieron en los medios de comunicación, pero la realidad es que esa línea había tenido numerosos incidentes y debía ser revisada completamente. Este terrible altercado coincidió con la visita del Papa Benedicto XVI, Canal 9 empleó miles de euros para promocionar esta visita mientras 43 familias lloraban la pérdida de un ser querido. En los telediarios de aquellos días en Canal 9 se hablaba más de la visita del Pontífice que del propio accidente.

Más tarde se supo que Luís Motes, director de informativos de este canal, y Pedro García, director del ente público autonómico RTVV censuraron en su medio la cobertura de la comisión de investigación parlamentaria de las Cortes Valencianas. Es verdad que se ocuparon 25 horas para recoger testimonios y contar detalladamente el accidente, pero no se dijo en ningún momento que esa línea de metro tenia que haber sido revisada por el Plan de Actuación Integral 2006-2010 que se encargaría de arreglar todos los desperfectos en las maquinas y en las vías y además ¿porqué se censuró la transmisión de la investigación?

La respuesta más lógica a esta pregunta es que Canal 9, es una televisión pública que “pertenece” al gobierno de la Generalitat Valenciana, en este caso al Partido Popular, más concretamente a los principales dirigentes como son en este caso Francesc Camps y Rita Barberá. Ambos tomaron muchas molestias para que el Papa Benedicto XVI visitara nuestra ciudad, y un escándalo como el ocurrido en esos días no les vino nada bien. Como bien dijo Enrique Chulio, Presidente de la Asociación de Víctimas del Metro 3 de Julio: "El accidente del metro fue más molesto que doloroso para la Generalitat". Por ello, hicieron lo posible para taparlo, se tomaran amplias medidas para que el canal de nuestra comunidad en cuanto apenas informase sobre lo sucedido.

Muchas son las tramas que esconden este caso, lo que si se sabe es que un claro ejemplo de desinformación y manipulación mediática, el cual no ha pasado desapercibido por muchos de los ciudadanos de la Comunitat Valenciana y lo único que hace es perder credibilidad. Actualmente, todavía no se han tomado medidas en la línea 1, hace apenas dos semanas murió una niña en un paso a nivel que según el Plan de Actuación 2006-2010 no debería existir ya, y siguen sin darle una respuesta al accidente que para muchos peritos de la investigación se pudo perfectamente evitar. ¿Por qué canal 9 no informa sobre la investigación?

Como dijo discretamente Lluís Motes en las II jornadas de Periodismo de la UMH “La agenda la construyen, a pesar de lo que creen los políticos, los ciudadanos, el público”, pero, ¿porqué dijo esto si claramente en su medio la agenda la crea la Generalitat?

Controversia universitaria

Jesucristo Riquelme


LA LIBERTAD DE CÁTEDRA

COMO ABUSO DE LEY Y FRAUDE DE DERECHO


Se busca profesor servi(cia)l

(Absténganse personas dignas. No haga perder el tiempo a esta Universidad)



Heredera de la materia de Ética, en los colegios e institutos de Enseñanza Secundaria, nacida como Alternativa a la Religión (católica) en el plan de estudios anterior, surge la nueva asignatura de Educación para la ciudadanía envuelta en una polémica bizantina insólita. Favorece a los estudiantes universitarios que se les haya podido previamente los diversos tipos de derechos que se deben garantizar en su proceso de enseñanza-aprendizaje: el derecho a la Educación, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la libertad académica, el derecho a la libertad de cátedra... Se hará ver que esos derechos -sobre todo los de libertad académica y libertad de cátedra- no sólo incumben a la posición del profesorado sino que también deben atender a las inquietudes del alumnado. En definitiva, se ha de empezar a comprender que ciertos derechos devienen en muy concretos deberes. Derechos y deberes, pues, al unísono para un colectivo o sector de la comunidad educativa -derechos y deberes para el profesorado, derechos y deberes para el alumnado, derechos y deberes para los dirigentes- y también derechos y deberes recíprocos para los sectores docentes y discentes -derechos de profesores, deberes de los alumnos; deberes de profesores, derechos de los alumnos; deberes de dirigentes, derechos de los alumnos; deberes de dirigentes, derechos de profesores; etc. Recuérdese que los dirigentes de una institución deben cumplir y hacer cumplir la ley. No se deje caer en saco roto que los reglamentos internos, normativas, actas o estatutos forman parte de la base jurídica del funcionamiento de cualquier institución u órgano interno.

Los estatutos de cada universidad incluyen estipulaciones concretas, según sus intereses de gobierno, sobre valores y misión de esa universidad. No todas las universidades, obvio es, gozan de los mismos estatutos. El juego de alusión-elusión en su ordenamiento jurídico enmarcado en los estatutos universitarios permite hacer una primera valoración sobre la oportunidad del derecho de participación de sus miembros en su gestión y planificación. Nos referimos a que se tenga en cuenta la opinión de todos, mínimamente, pero en su valor ponderado al menos, en cuestiones referentes, por ejemplo al diseño futuro de una carrera en su oferta de libre configuración o a la exigencia de la solvencia docente de su profesorado. O sea, que se aplique la disciplina -id est, la obligatoriedad- a la libertad de cátedra y a la libertad académica sin desvirtuar (por fraude de ley o por abuso de autoridad, abuso de derecho) sus precisas acepciones. El compromiso del buen profesor se basa en saber ceñirse a esas libertades y en saber aplicar esos derechos -a la libertad de cátedra y a la libertad académica- hasta convertirlos en deberes propios o en derechos del alumnado. Si una universidad incluye el derecho a la libertad académica -como la de Oviedo, digamos, por no querer compararnos con las universidades de nuestro entorno- y otra -como la pública de Elche, por ejemplo- no lo cita, ¿es lícita la interpretación de que esa libertad se pretende entender como una de esas libertades apestosas. por progresista?

Para entendernos nosotros, definamos los conceptos. La libertad de cátedra, derivada de la autonomía universitaria del profesor y sujeta a lo aprobado por el departamento universitario al que se pertenece en cuanto a, por ejemplo, programas, contenidos, métodos, evaluación., consiste en la libertad de enseñar y de debatir sin verse limitado por doctrinas instituidas. El derecho de cátedra es un derecho del particular frente al Estado, pero no contra la organización de un departamento universitario que funcione bien. En los Estatutos de la UMH (Decreto 208/2004, de 8 de octubre, del Consell de la Generalitat, publicado en el DOGV n.º 4861, del año XXVII, de 13 de octubre, págs. 25092-25151), en el capítulo I («Naturaleza y objetivos») se lee: «Sus profesores ejercen la libertad de cátedra a través de la expresión libre en su actividad docente». Pero lo curioso es que no aparezca nombrada otra libertad fundamental del docente universitario: la libertad académica. La libertad de cátedra dispone de limitaciones: por supuesto que, en todo, no se está obligado a acatar lo que pida u ordene el director del departamento o el director del área de conocimiento o un profesor de mayor rango, sea catedrático o titular (o no sea profesor numerario) o sea vicerrector (esto es, el Gran Hermano de la Paz o del Amor o de la Justicia como podría haber postulado Orwell en su novela 1984). Aunque lo mande el jefe, nunca se actuará (o nunca se deberá actuar) incumpliendo lo establecido rigurosamente (y aprobado en reunión formal) en el departamento ni actuando con indignidad personal o profesional: por ejemplo, nunca se deberá aprobar a alguien que no se haya presentado a las pruebas de una asignatura. (¿Ustedes se imaginan que un rector obligue a aprobar a su secretaria personal en su propia universidad sin haberse presentado a los exámenes?). Ahora bien, retornemos de la realidad de los inmortales, estas libertades se constituyen, como siempre, en un derecho y un deber. Se exigirá que el departamento universitario (por poner un caso próximo que no moleste a comportamientos de vicerrectores o de la persona que ostente el rango máximo en el rectorado) funcione con coherencia y con planificación: no se caerá en la negligencia -el no hacer o el no tener previsto o retrasarse a la hora de planificar alguna actuación del departamento-. Una actuación del departamento es prever la necesidad de provisión de plazas de profesores. Imaginemos que no hay profesor de Literatura porque -sigamos imaginando- al vicerrector de Ordenación académica se le ha antojado (o porque cree que, si la da un profesor de su plantilla, éste suspenderá a casi todos los estudiantes y formará un cuello de botella en las matrículas y un embotellamiento en la asistencia a clase de años sucesivos. Imaginémoslo que lo piensa: es libre de pensar. (Pero no un librepensador.). Lo que ocurre es que ordena al director de departamento que no deje impartir la asignatura a tal profesor; mas, al no existir otro en el área y al olvidársele al director de departamento iniciar el proceso de contratación, llegado el momento de empezar las clases, no hay profesor para esa asignatura... y estamos a mitad de febrero, a medio curso ya avanzado. Entonces el director de departamento, atrapado por su negligencia e ineptitud, ordena al profesor hasta entonces vetado a comenzar la docencia para que no se detecte su fallo. Sin embargo, como fue un error más de organización -sigamos imaginando- aún más amplio, el profesor existente en el departamento ocupa un área de conocimiento -Lengua- a la que no se le asigna oficialmente -según el BOE- la responsabilidad de la docencia de la materia nueva que debe dar sus primeros pasos, como dijimos, en el segundo cuatrimestre. , en febrero. Habiendo profesores libres -sin docencia- en las otras áreas posibles -por ejemplo, en el área de Periodismo-, el profesor de Lengua aduce esta situación para que se estudie la contingencia. Pero la mala organización aún es mayor: se tramita el cambio de área del profesor del área de Lengua -al área de Literatura- sin su conocimiento -y sin su consentimiento previo, por ende-).

Al igual que no debemos consentir el sesgo en la transmisión de conocimientos conceptuales (o en actitudes) ni implantar el «pensamiento único», tampoco estamos en situación hoy de aceptar el derecho de cátedra como la licencia y el privilegio de hablar ex cáthedra con los contenidos que arbitrariamente seleccione el profesor. Ni tampoco es aceptable pedagógicamente en la universidad moderna aquel profesor que exclusivamente lee -da lección- apuntes en papel o en proyecciones del tipo del Power Point. En la universidad es más importante la explicación -la argumentación- que la exposición de conocimientos (por muy erudita, enciclopédica u original que sea); la argumentación incluye la exposición, pero no viceversa. Tampoco hay que aceptar maximalismos como exponentes de la libertad de cátedra: se hace lo que a uno le da la gana; no: se ha de hacer, porque todo debe estar previsto (programado y planificado), lo que esté recogido -por escrito- en el departamento (o en el área de conocimiento). Así ocurre con los programas aprobados por el departamento: una vez aprobados, nadie puede salirse de esos contenidos ni del sistema de evaluación que conocen los estudiantes. Si existe un programa con unos contenidos, unas prácticas o lecturas obligatorias, etc., ha de llevarse a cabo y no es legítima la actitud del director de departamento que, para poner más fácil la cuestión y salir medio airoso del brete, dice a un profesor: «Tienes carta libre, carta en blanco. Haz lo que quieras. Termina el curso y que no haya problemas». O sea, apruébalos, si puedes, a (casi) todos. (Éstos, si aprueban, se callan y no protestan). Los estudiantes tienen -disfrutan- del derecho a hacer cumplir el programa (o el espíritu del programa siquiera). Si un profesor no cumple el programa -que es un pacto entre profesores y estudiantes, como lo es el "pacto lingüístico" si así se ha decidido-, el estudiante debe tener la posibilidad de amparo ante el superior y, en todo caso, ante el defensor universitario, cuya decisión ha de ser inmediata.

La libertad académica, por otro lado, se considera más amplia que la libertad de cátedra. En realidad, la académica incluye a la de cátedra: es más ambiciosa y compromete más a las instituciones y a sus dirigentes. Es decir, se trata de un marco protector de las libertades de los demás en la comunidad universitaria: estudiantes, profesores, investigadores, administrativos. Y, aun por encima de lo apuntado sobre la libertad de cátedra, ésta -la académica- es la libertad que más nos incumbe. Algunas universidades la incluyen en sus estatutos; otras, no. Las más avanzadas no temen esta apuesta progresista, porque aceptan el compromiso de una buena -plural, abierta, tolerante, rigurosa, digna.- organización. La libertad académica incluye la libertad de cátedra y también la libertad de investigación y de difundir los resultados de sus experiencias y experimentos, expresar su opinión sobre la institución en la que se hayan inscritos y el sistema en el que se trabaja; libertad ante la censura institucional y libertad de participar en órganos profesionales o en organizaciones académicas representativas.

Uno de los parámetros del control de calidad docente es el número de estudiantes que promocionan. Sí, la norma estadística dixit, pero la realidad es tozuda y variable cada año. No parece racional ni razonable obligar a aprobar a un tanto por ciento mínimo. Recuerdo -permítasenos la comparación- que, cuando se promulgó la ley del Menor, en 2004, uno de sus hallazgos fue legalizar el derecho del menor a ser castigado. Parece tremendo e inhumano, pero, si lo pensamos con calma intelectual y afectiva, nos parecerá una medida de corrección necesaria. (Sin violencias, obvio es). En el ámbito académico (universitario y no universitario) también existe este derecho que, mutatis mutandis, consiste -entre otras modalidades correctoras edificantes- en el derecho a ser suspendido. Si el estudiante es aprobado sin merecerlo, ¿estudiará después para ponerse al día o se dedicará a otros menesteres.? Algunos vicerrectores, por su (de)formación estadística, sólo piensan en números. y los rojos no les gustan. ¿Hay presión (improcedente) si tres vicerrectores citan a un profesor para darle un toque de atención y hacerle ver que no debe -«no puede», diría el vulgo- suspender a más de la cuenta -¿qué cuenta?- porque la universidad se quedaría sin estudiantes? ¿Es que los estudiantes que queremos en nuestra universidad, sea cual sea, son los que se marcharían a otra y buscarían allí su Alma mater que los nutra sin esfuerzos ni sacrificios. y sin aprender lo suficiente? ¿Es que no parece limitado intelectualmente y desde la perspectiva de la gestión universitaria pensar que esa universidad razonablemente exigente y raconal y emotivamente rigurosa perdería la subvención por muchos alumnos que se cambiarán de universidad? ¿Y, si la conversación entre tres vicerrectores y el profesor recién llegado concluye con una intervención similar a ésta: «Sólo queríamos comprobar que no estábamos ante un profesor insensato y que sabe lo que tiene que hacer en beneficio de todos, incluido él. Queríamos que lo supieras. Gracias. Nos quedamos más tranquilos», se puede llamar a esto intromisión en el modo de evaluación o presión para obtener más aprobados o evidenciar al profesor que una cosa es la solvencia docente y otra que no se puede suspender mucho? (No se puede suspender y quedarse allí, claro es). De nada vale al profesor aducir que suspender a muchos o a bastantes puede ser producto de unas circunstancias en las que esos números absolutos de suspensos sean, en efecto, bastantes o muchos, pero no demasiados. (Demasiado es un adverbio de cantidad relativa, no absoluta: 80 pueden ser muchos, pero no demasiados; mientras que 10 pueden no ser muchos y sí demasiados). No sé, si al ser cuestión de números, alcanzamos a explicar la realidad los mortales profesores de humanidades. Creo que me he explicado con claridad: un año tendremos 80 en el saco y otro año, 10, y habremos actuado con justicia académica en la valoración en ambos casos. Y, si hay muchos suspensos y los estudiantes no protestan, sino que comprenden que deben seguir estudiando, algo habrá conseguido el profesor.Y, si el profesor es un profesor que enseña para que se aprenda y también para que se aprenda a aprender (puesto que proporciona nuevas fuentes y métodos de aprendizaje constantemente) y es aceptado por la mayoría de los estudiantes, algo tendrá que no es habitual en esa universidad... (Ruego que, si hay algún yerro -o hierro-, se indique al autor del texto. o al maestro armero: no querría caer en menosprecio inmerecido. Gracias).

Para que el profesor trabaje en un clima armónico e ilusionante, también hay que tener presente la estabilidad del docente en su puesto de trabajo, es decir, la seguridad de su continuidad en el trabajo. De no ser así, el profesor inventa una realidad que se aleja de los intereses del estudiante y se esfuerza prácticamente sólo en defender su puesto de trabajo y no en aspirar a ser mejor docente e investigador o a dedicar más tiempo a su alumnado para que éste prospere académica y profesionalmente. Sólo procura méritos y méritos para anclar su puesto de trabajo. ¿Quién se quejará del sistema o de la planificación o de la actuación de los superiores. si es consciente de que eso se considera un demérito para su estabilidad en esa universidad? Se fomenta, por consiguiente, el cervantino retablo de las maravillas; a la pregunta «¿Qué tal?», la respuesta sin matices ni resquicios a la suspicacia: «¡Muy bien!». (No sea que se insinúe o se afirme que algo podía mejorarse y crean que estamos conspirando o agitando para la subversión improcedente contra el poder -o el cargo- instituido. De modo que a tragar: a tragar para seguir tragando.). Es una manera, v. gr., de contravenir el apartado e) del artículo 70 (del capítulo III. «Derechos y deberes del personal al servicio de la UMH») de los Estatutos: en relación con sus actividades. «ser informados por los distintos órganos de la Universidad de aquellos extremos sobre los cuales tengan un interés directo, con arreglo al principio de transparencia». (Si se prescinde de alguien tendrá el derecho de conocer explícitamente las razones argüidas por los dirigentes de la institución. Y nunca se recurrirá al acoso -al mobbing-, al desprestigio personal o profesional, al ninguneo o al ostracismo). (¡¿Que ponga un ejemplo para esclarecer el procedimiento de la rección universitaria?! A ver. Creo que no necesito acudir a la imaginación. Veamos: Si se logra una donación de seis mil ejemplares de una biblioteca especializada en Periodismo, propiedad de un catedrático jubilado de la Universidad Complutense de Madrid, para la biblioteca del campus de Altabix y el rector declara que, por decisión de una vicerrectora, «no procede», cuando él mismo ha pedido que se haga entrega de libros aunque sean repetidos y del colegio, ya que cuantos más volúmenes hay más presupuesto para su universidad y cuando son pocos los libros de Periodismo en los estantes de la citada biblioteca universitaria de Elche, y tan sólo por no consentir que el «gol» se lo apunte el profesor que ha tramitado personalmente con el catedrático emérito de Madrid el obsequio., parece que indica que el aserto antisistema es, en parte, veraz: «No existe la Universidad: sólo existen intereses particulares». Es una conclusión atroz intelectual para la ciencia y la sociedad españolas.

Una libertad académica bien asimilada permitiría la ágil, rápida y sencilla intervención de los representantes del alumnado en los consejos de curso o ante los coordinadores de las titulaciones o el tutor de su nivel en la carrera o ante el jefe de área o el director de departamento o. el defensor universitario y lograría que algunas irregularidades docentes no se perpetúen:

Ø Mantener a profesores que no son solventes ni didáctica ni pedagógicamente. ¿Es un buen profesor quien no sale de la lectura de sus apuntes o de su Power Point, empleado como «chuleta del profesor»? ¿Es solvente un profesor titular que ha publicado un solo artículo en su vida docente aunque haya sido promocionado a vicerrector? En algunas universidades consolidadas y con prestigio en aumento, estiman la opinión de los estudiantes: con dos años de evaluación negativa por parte de los estudiantes un profesor recibe una llamada de atención y una evaluación interna; llegado un tercer año de quejas razonadas y razonables de la inmensa mayoría de los estudiantes, se procede a que el profesor deje paso a otro profesional docente y se ocupe, si se estima conveniente, a la investigación o a desempeñar su tarea en otro lugar. (Otro lugar también de fuera de la universidad, porque existe algo fuera de la universidad. que forma parte de la realidad general). ¡Qué lejos estamos algunos de ese modelo de universidad!

Ø Expulsar o prescindir de los servicios de profesores porque se niegan a firmar actas de notas de estudiantes que no han realizado las pruebas evaluables. (O, lo que es lo mismo, obligar a aprobar a estudiantes que no lo merecen según el criterio del docente responsable de la asignatura.).

Ø Proponer un currículo y unas asignaturas sin contar en nada con la opinión de profesores especializados del área ni dar opciones a los estudiantes para conformar las materias optativas o de libre configuración. Imaginemos -la imaginación sigue siendo la loca de la casa, decía Voltaire- que en Periodismo hay un ramillete granado de alumnos que dominan varios lenguajes informáticos y quieren especializarse en diseño de medios por internet. ¿No se les ofrecerá una oportunidad de aprender más si lo proponen con antelación para que el profesorado diseñe su oferta en el programa «a la carta» de las asignaturas propias de la universidad?

Ø Diseñar asignaturas con contenidos ajenos a la titulación y que se expongan en clase sin adaptaciones a la carrera de destino. Imaginemos que la materia es Informática: ¿para qué sirve una clase basada en exclusiva en reparaciones de errores y averías del sistema http? ¿Es aceptable esta premisa del profesor: «¿Y si se rompe el ordenador o se cae el sistema cuando estáis trabajando en una redacción?»? Si al alumno se le ocurre intervenir proponiendo su respuesta: «Llamaremos al técnico, ¿no?», el profesor informático lo fulminará con una mirada salida del ciberespacio más lóbrego y oscuro. .

Ø Diseñar asignaturas en cursos distintos, pero con programas similares o parcialmente idénticos. La publicidad es una materia hermosa de enseñar y de aprender, pero no hay que repetir los contenidos porque gusten mucho.

Ø Autorizar prácticas sólo a partir de tercero y no permitir la tutoría ya desde primero sin que se tolere en los medios que un estudiante sea protagonista mediático -presentador- o esté en la primera línea de los medios -redactor definitivo.



En suma, la libertad académica protege, de la interferencia de legisladores o autoridades dentro de la misma institución, la libertad intelectual de los profesores, investigadores y estudiantes en la búsqueda del saber y la expresión de las ideas. Esto significa que ninguna ortodoxia política, ideológica o religiosa se impondrá a los profesores o a investigadores a través del proceso de contratación o permanencia o terminación, o a través de otro medio administrativo de las instituciones académicas. Ejemplo: obligación en la procesión de la Purísima Concepción con motivo del 8 de diciembre en Torrevieja: «Estamos los dos solos: tienes que venir. La UMH somos nosotros». ¿Quién me iba a decir a mí que yo era -he sido- la UMH? ¿Constituía indisciplina universitaria no acudir a la procesión callejera con un ramo de flores entre los brazos?]

Queremos una universidad en la que el profesorado sea servicial (solvente y servicial) y que no se deje nada en el camino: que no sea [servicial] servil. Queremos una universidad con comportamientos rectos. y no comportamientos vicerrectos. Queremos una universidad con buena tradición (y no con traición. ni con rencores). Queremos estar orgullosos de nuestra universidad. ¿Es imaginable que haya rectores que no nos hagan sentir orgullo por nuestra universidad, que decapiten a los mejores -Bernat Soria acaba de ser nombrado ministro de Sanidad- y que obliguen a aprobar a su secretaria particular aunque no haya aparecido por clase y no haya entregado ni un solo trabajo evaluable? Dejemos que nos lo diga esa loca de la casa: la imaginación. ¡Y viva Voltaire!

El jefe no siempre tiene razón. Sus órdenes no son siempre asumibles. Contra el caos y la anomia y la iniquidad, el trabajo bien hecho y la dignidad personal. Preferimos morir de pie que quedarnos y permanecer de rodillas... (Unamuno dixit).