jueves, 19 de abril de 2007

Carta blanca

José Pedro Martínez


Los jóvenes de la sociedad española no pueden imaginar. Vivimos en el mismo sistema político desde que nacimos: la Democracia. Aunque lo intentamos, no podemos imaginar una sociedad donde los políticos, los gobernantes y su séquito de fieles súbditos puedan hacer lo que les plazca. Para eso tenemos unas leyes aprobadas por el conjunto de la ciudadanía y construidas sobre los pilares constitucionales. Tan solo tenemos que leer la prensa o, aún mejor, atender a un programa o noticiario de televisión para comprobar como, por ejemplo el Caso Malaya se convierte en la prueba que todo demócrata necesita para refutar sus ideales: la justicia funciona, y cae sobre todos por igual.

Pero, ¿y si no hiciese falta imaginar?, ¿y si, con tan solo agudizar un poco los sentidos, comprobásemos que la democracia y sus instituciones traicionan el principio fundamental de nuestro sistema -la soberanía popular-? Cualquier rescoldo de una dictadura puede parecer algo similar.

Lo que está ocurriendo en muchos ayuntamientos, especialmente en los levantinos, es que estas suposiciones se hacen realidad. Un atentado directo a los principios democráticos y ciudadanos: Los PGOU, o Planes Generales de Ordenación Urbana. Respaldados por los estatutos autonómicos (aprobados por los partidos que gobiernan en cada Comunidad), los Planes Generales son como un cheque en blanco otorgado a los ayuntamientos con los que modifican a su antojo el territorio urbano. En pocas palabras, es una carta blanca para que el señor alcalde de turno construya, destruya y venda su localidad al mejor postor. Da igual que se construyan miles de casas sobre suelos protegidos, parajes naturales o zonas de alto valor ecológico. Tampoco importa que se urbanice de manera desmedida e insostenible. Y mucho menos importa la opinión de los ciudadanos... y las consecuencias que dichos planes tengan sobre ellos.

Sigamos imaginando, o intentando hacerlo. Imaginemos que el equipo de gobierno de nuestra ciudad abandona cualquier acción con fines puramente lucrativos. Toda decisión estaría pensada para el bien de la ciudad y del ciudadano. ¿En qué medida una urbanización masiva de nuestro territorio puede ir acompañada de un progreso social? Aunque datos y estudios no lo avalan, tal vez estos planes sí sean un buen camino para mejorar la sociedad a nivel local. Pero siguen pasando por alto la opinión del pueblo. Y lo peor no es que se obre equivocadamente por el bien de la ciudadanía, sino que, sobre este pretexto, la información brilla por su ausencia. Solo con el paso de los años, de golpe y porrazo, nos topamos con una serie de problemas: sequía, delincuencia, subida de impuestos, viviendas cada vez más caras... Todo ello es consecuencia de malas decisiones, como los nefastos PGOU, amparados en leyes “democráticas” y, a la vez, autoritarias que no son consultadas y compartidas con quien realmente debería respaldarlas.

Por lo tanto, no se trata de una reivindicación ecológica. Nada más lejos. Es la exigencia de que se respeten y cumplan nuestros derechos democráticos esenciales: la eliminación de cualquier ley que no esté sujeta a la separación de poderes y el derecho a la información. Hoy ya contamos con GÉNESIS para ello.

Incompetencia y desilusión

Manuel Lillo

A falta de mes y medio para la convocatoria de elecciones municipales y autonómicas, parece que en Alicante y en el País Valenciano la historia seguirá siendo la misma de siempre. Las estadísticas lo dicen, de una manera o de otra, con mayoría absoluta o sin ella, volveremos a tener a los Camps, Ripoll, España, Barberà, Antón, Alperi y demás en la Generalitat y en los ayuntamientos. Y después de varias legislaturas (Alperi lleva tres seguidas en Alicante) resulta extraño que se repita lo mismo cada cuatro años. Desde fuera muchos se pensarán que el Partido Popular se está ganando a pulso el gobierno. Y viendo el panorama de todos estos años, me duele muchísimo decirlo pero parece que sea así, no debido a sus méritos, sino a los de sus rivales políticos. La incompetencia de esos rivales.

En Alicante ha cambiado lo que no tenía que cambiar. Nuestro tópico de paella ya no existe. Ahora, si viajas al extranjero y preguntas por esta zona, lo primero que se les viene a la cabeza es: pelotazo. Pelotazo urbanístico. Es horrendo pasear por nuestras calles y ver las playas así. En todo el País Valenciano nos quedan 34 kilómetros de costa por construir, y suerte que estos kilómetros están protegidos por ser zonas ecológicas y de protección ambiental, aunque quizás pronto se inventen algo para que ya no sea así. Lo más gracioso de todo esto es que ahora, los mandamases acusan a otros de la falta de agua que sufrimos. No se que esperamos con la continua construcción de campos de golf y lugares como Marina d’Or, gastando pistas de nieve artificiales y muchas otras cosas.

Pero lo que tenía que cambiar si que no ha cambiado, seguimos igual. El pelotazo está tan de moda que parece que es lo único que genera dinero aquí. O eso nos quieren hacer ver. La principal oposición, el PSOE, aquí conocidos como Pla, Etelvina, Such, y otros protestan y protestan. Se apuntan a todo: 8 de marzo, día de la mujer trabajadora; 25 d’abril, diada nacional; 1 de mayo, día del trabajador… y ya no en fechas concretas, también en protestas organizadas, siempre necesitan tener su cartel. Pero lo que no cambia es su actitud. Su actitud cómplice con el PP en el plan Rabasa, la construcción sin límites en Dénia y en mil lugares más. Parece que sean los mismos perros con distintos collares. Los vecinos de Dénia nos lo pueden confirmar cuando la alcaldesa del PSOE aprobó infinitas construcciones en esta localidad. En la manifestación contra esa aprobación, este partido ya tenía su pancarta preparada. Inexplicable.

Pero esta ambigüedad y desconcierto de la oposición no solo lo vemos en los planes urbanísticos. Sin ir más lejos, la reforma del Estatut aprobada el año pasado, fue apoyada en las Cortes por PP y PSOE. Cuando se celebró la diada del 25 de abril también el año pasado, los manifestantes protestaban contra esta reforma. El PSOE también tenía representación en esta protesta. Podríamos poner muchos ejemplos más del desconcierto que la oposición nos causa a los valencianos. Protestan contra el gobierno, pero cuando les toca a ellos nada cambia. Son los mismos.

Una vez más, en plena campaña, nuestra querida oposición se dedica a criticar todas las barbaridades que el actual gobierno se ha dedicado a realizar. Ese es su proyecto, la crítica. Y razón no les falta, es cierto que estos últimos años el País Valenciano ha sido el país del pelotazo, el de la construcción, el de los campos de golf, el de la mafia legal por llamarlo de alguna forma. Y a parte, el desastre de la seguridad social, la pésima subvención a la enseñanza pública, la pasividad del gobierno ante la pérdida de valores culturales (lengua, cultura, historia) que estamos sufriendo o Canal 9, que para que decir nada. Pero una campaña no puede dedicarse tan solo a la crítica. Un proyecto político debe establecer soluciones, debe prometer algo, muchos deseamos oír eso y aun no lo hemos conseguido. Esa es la incompetencia de la querida oposición al gobierno valenciano, y a partir de esa actitud, el ambiente está envuelto de desilusión. Desilusión porque todos creemos, y ojala nos equivoquemos, que la historia de siempre volverá y Barberà, Camps, Alperi y el resto estarán otra vez ahí arriba. Desilusión porque seguiremos fomentando el tópico del pelotazo y de la mafia legal. Desilusión porque no tenemos a nadie con quien contar para frenar toda esta barbarie. Desilusión porque parece que nuestros rasgos de identificación como son nuestra lengua, nuestra música, nuestra historia, nuestras costumbres desaparecerán y caerán poco a poco en el olvido. Insisto, ojala me equivoque. Pero esto tiene toda la pinta de volver a repetirse.

Ni traidores ni golpistas

Luis Fernández

Desde que el PSOE ganara las elecciones generales del 2003 aquel 14 de marzo, todavía con la imagen de los trenes de Madrid convertidos en chatarra en nuestras retinas, asistimos a un espectáculo político de confrontación entre los dos partidos mayoritarios de España que alimenta cada día y cada vez más los espacios de opinión en radios y periódicos. Puede que en parte por el mal perder de unos, la mala estrategia política de otros y seguro que por el cinismo de ambas partes España se encuentra en una coyuntura con difícil solución política.

Los políticos se afanan en enfrentarnos, en sacar de lo más profundo de la historia enterrada las dos Españas, quieren devolver a la calle el miedo a expresarse, las disputas enfervorizadas, y devolver la mentira con mentira. Porque mienten, porque uno miente y el otro más, porque quieren engañar para salir del paso, porque les da igual lo que se piense un día ya que a la mañana siguiente el que tendrá que responder será el otro, se pasan la pelota de tejado, pero todo sigue igual.

Aún así con la maldad que, por otro lado, no es nueva que encubre a la política, todavía ni estamos en preguerra, ni España se ha disuelto.

La política española se encuentra en situación de estancamiento. Los grandes partidos están manidos, ni el PP es la derecha ni el PSOE es la izquierda, los dirigentes se venden al mejor postor, se confunden ellos mismos, se mediatizan.

Quizás sea el momento de un cambio de orden en las urnas, de tomar el voto en blanco o de la aparición de una nueva visión en forma de partido. Si no, de una revisión de las minorías, de los nacionalismos, de la izquierda que se presume socialista, de una derecha moderada y europea y de los que no han tenido oportunidad de gobernar.

Pero, a poco mas de un mes de las elecciones locales, se descubren trampas en los procesos, como si volviéramos al siglo XIX, vuelta a empezar, se atacará por un lado, se responderá por otro se recordaran tiempos pasados y, al final, agua, que otro escándalo saldrá y, con suerte, mayor.